3.05. LA OBRA DE LOS MASORETAS

Los eruditos judíos de los primeros cinco siglos de la era cristiana completaron la tarea de dividir el texto de la Biblia en párrafos, grandes y pequeños, tal como se encuentran todavía hoy en los textos de la Biblia hebrea. Estas divisiones no se debieran confundir con los capítulos y versículos que se encuentran en nuestro Antiguo Testamento en castellano, que son de un origen posterior.

Los rabinos judíos también introdujeron una cantidad de marcas diacríticas para señalar la ubicación de pasajes difíciles que se explicaban en sus escritos. Puesto que no existen manuscritos de la Biblia escritos durante este período, nuestra información acerca de la obra de estos eruditos judíos en lo que atañe a la Biblia hebrea procede del Talmud.

Aproximadamente desde el año 500 D.C., los eruditos judíos que perpetuaron la tradición concerniente al texto del Antiguo Testamento han sido llamados masoretas, de Masora, el término técnico hebreo para la “tradición remota en cuanto a la forma correcta del texto de las Escrituras”. Estos hombres se esforzaron por asegurar la transmisión exacta del texto a las generaciones futuras y consignaron los resultados de sus labores en monografías y en anotaciones hechas a la Biblia.

Puesto que el hebreo había sido una lengua muerta durante siglos - reemplazada completamente por el arameo como lengua viva - existía el peligro de que su pronunciación se perdiera enteramente con el correr del tiempo. Por esa razón los masoretas inventaron un sistema de signos vocálicos que se añadieron a las consonantes hebreas. Así se simplificó la lectura de la Biblia hebrea y se garantizó la conservación de la pronunciación que existía entonces. Sin embargo, no debiera pasarse por alto que la pronunciación conocida a través del texto común de la Biblia hebrea es la de los masoretas del siglo VII de la era cristiana que, como lo sabemos ahora, varía algo de la del período del Antiguo Testamento.

Los masoretas también inventaron dos complicados sistemas de acentos, uno para los libros en prosa y otro para los Salmos y Job. Los acentos consisten en mucho signos diferentes añadidos al texto con el propósito de indicar los diversos matices de pronunciación y énfasis.

Cada vez que los masoretas creyeron que algo debía leerse en forma diferente de la que estaba escrita en el texto, colocaron en el margen los cambios sugeridos, pero no cambiaron el texto mismo.

Un ejemplo es la lectura del nombre de Dios - que consiste en las cuatro consonantes hebreas YHWH (llamado el tetragrámaton) - que probablemente se pronunciaba Yahwéh en la antigüedad. Pero durante siglos lo judíos piadosos, temiendo profanar el nombre santo, no lo habían pronunciado. En cambio, cuando llegaban a la palabra YHWH, decían ‘Adonai: Señor.
Los masoretas fieles a su principio de no cambiar las Escrituras, dejaron las cuatro consonante hebreas YHWH cada vez que las encontraron, pero les añadieron las vocales de la palabra ‘Adonai. Por lo tanto, cada lector judío experto al llegar a esta palabra, leía ‘Adonai, aunque sólo estaban las vocales de la palabra ‘adonai añadidas a las consonantes YHWH. Puesto que los cristianos de la primera época de la Reforma no conocía la práctica explicada, se limitaron a transliterar como Jehová el divino nombre de Dios.

Los masoretas establecieron, además, reglas detalladas y exactas que debían aplicarse en la producción de nuevas copias de la Biblia. Nada se dejó a la decisión de lo escribas, ni el largo de las líneas y columnas, ni el color de la tinta a emplearse. Se contaban las palabras de cada libro y se fijaba la palabra que quedaba a la mitad a fin de poder comprobar la exactitud de las nuevas copias. Al final de cada libro se añadía una nota que daba la cantidad total de palabras contenida en el libro, que decía cuál era la palabra que estaba en la mitad y que además daba otras informaciones estadísticas.

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