28.04. JUECES - Tema

Este libro relata las vicisitudes del pueblo hebreo en el período que siguió a la muerte de Josué hasta el tiempo de Samuel, en cuyos días surgió la monarquía.

En un sentido especial, Josué había sido escogido para llevar a cabo y completar el programa iniciado por Moisés. Cuando Josué murió, los israelitas -privados tanto de la dirección autorizada de Moisés como de la experiencia ejecutiva de Josué- entraron en un período de dirección independiente y trataron de consolidar la patria recién ganada.

Antes de esta época, la existencia de los hebreos había fluctuado entre el desasosiego y el movimiento. Primero, padecieron esclavitud; luego, una peregrinación prolongada en el desierto, y finalmente las penurias del campamento y la conquista. El libro de Josué, que es mayormente una biografía de ese gran dirigente, relata las fases finales de esa conquista. El libro de los Jueces presenta el próximo paso en la historia de los israelitas, y los muestra enfrentándose al desafío de la transición de un pueblo migratorio y pastoril a una nación establecida y agrícola.

Al abrir el libro nos hallamos en una atmósfera de ardor bélico. Leemos acerca de preparativos militares a medida que las tribus comienzan a dispersarse después de las campañas unidas bajo el mando de Josué. Se reúnen consejos de guerra, y luego se oye el choque de las armas al subir las tribus del valle del Jordán para tomar posesión de los distritos que les había tocado en suerte conquistar. Una batalla sigue a otra. Los carros de hierro avanzan velozmente por los valles; las cuestas están erizadas de hombres armados. Las canciones son de lucha y conquista; los grandes héroes son los que hieren a los enemigos de Israel en la "cadera" y el "muslo" (Jueces 15: 8). Aunque los hebreos logran conquistar la región montañosa no pueden echar a los cananeos de las llanuras.

Cuando se apagó el fragor de la batalla, los cananeos aún retenían la posesión de una larga cadena de ciudades fortificadas que corrían desde el oriente hasta el occidente, desde el monte Heres a través de Ajalón, Saalbim, Gabaón, Beerot, Quiriat-jearim, y Jerusalén. Más hacia el norte, Isacar, Zabulón, Aser y Neftalí quedaron separadas de las tribus de la Canaán central por otra barrera de fortalezas desde el mar a través de Dor, Haroset-goim, Meguido, Taanac e Ibleam, hasta el río Jordán. El rico valle de Jezreel que conducía hasta Jordán, pasando por la fortaleza de Bet-seán, estaba todavía en manos de los cananeos.
Estas dos cadenas de fortalezas cortaban el país y hacían que fuesen virtualmente imposibles la comunicación y la unidad entre las tribus. Aisladas como estaban una de otra por estas ciudades sin conquistar, las tribus hebreas quedaban expuestas al ataque, y sólo con dificultad podían formar confederaciones parciales contra sus enemigos a fin de aferrarse a los centros que habían conquistado en medio de una población hostil.

Las constantes invasiones de otros pueblos trajeron lucha y opresión a las tribus hebreas. Desde el noreste llegaron invasores mesopotámicos; desde el sureste, los moabitas; desde el este, madianitas y amonitas; y desde el suroeste, los filisteos. Puesto que la apostasía e idolatría habían debilitado los vínculos de unidad nacional que había forjado la lealtad a su religión, los hebreos fueron incapaces de resistir estos ataques. Sin embargo, los sufrimientos de la esclavitud producían arrepentimiento y hacían que la gente volviese una vez más al culto del Señor. Luego, compadecido de ellos, Dios suscitaba un libertador o "juez", que quebrantaba el yugo de la opresión y juzgaba al pueblo hasta su muerte. Este es el tema del libro.

El tema principal que expone el autor de Jueces es que el pecado y la apostasía de la verdadera religión atraen sobre un pueblo el desagrado de Dios. A fin de lograr que se aparte del pecado, Dios permite el sufrimiento y el desastre, que sólo pueden ser evitados mediante un arrepentimiento genuino y un retorno a Dios. Cuando hay un verdadero arrepentimiento, Dios suscita a personas o circunstancias que traen liberación y alivio. La historia de este período se ha registrado en un marco que presenta las siguientes grandes proposiciones: la rectitud exalta la nación, pero el pecado es el baldón de cualquier pueblo; los malos compañeros arruinan las buenas intenciones y la preparación; la degeneración moral siempre trae consigo debilidad nacional; los asuntos del pueblo escogido, Israel, estaban bajo el cuidado inmediato de la Providencia; el pecado nacional atrae el castigo divino; el propósito del Señor es que el castigo que acompaña el pecado sea educativo, no vengativo; se retira el justo castigo cuando éste produce el arrepentimiento sincero; la liberación nunca proviene de esfuerzos humanos sin ayuda, sino de la fortaleza y el entusiasmo inspirados por el Espíritu de Dios. Estos principios del gobierno de Dios explican -según nos dice el autor- las alternativas de apostasía y servidumbre, arrepentimiento y liberación que caracterizan la historia de este período.

Estas vicisitudes, tan admirablemente ilustradas por el autor en los relatos que refirió, elevan el libro de los Jueces desde el nivel de las narraciones históricas a la posición de una filosofía sagrada de la historia. El autor inspirado del libro se preocupó más de señalar las lecciones que debían aprenderse de la historia que registraba que de la historia misma. Hasta una lectura superficial del libro de los jueces revela que el propósito del autor era demostrar que la mano de Dios se manifestaba en los sucesos que acaecieron a los israelitas en su nueva patria. El resultado estaba bajo el control de Dios, y él guiaba las vicisitudes que acaecieron al pueblo de tal manera que aprendiera por experiencia que su única felicidad y seguridad dependían de servir al Señor.

Un tema secundario del libro es que las aflicciones de Israel se debieron en gran medida a la mala influencia de sus vecinos paganos. Alguno podría preguntar, si los idólatras habitantes de la tierra fueron los instrumentos que hicieron caer a los hebreos en la tentación, por qué Dios no expulsó a los cananeos y amorreos y evitó así la apostasía de su pueblo. El autor ofrece evidentemente una respuesta a esta objeción en una sección del libro (cap. 3: 1-4). Aquí declara que el Señor reconoce el valor de las dificultades en la formación del carácter; por esta razón, dejó a los cananeos en la tierra para probar si Israel le serviría.

Un propósito adicional del autor fue describir cómo, bajo la dirección y bendición de Dios, varias tribus pequeñas pudieron establecerse permanentemente en una tierra extraña y hostil; cómo adquirieron fama sus héroes; y cómo, en medio de diversos intereses e influencias modeladoras, la lealtad a su único Dios evitó que fuesen absorbidas por otros pueblos.

El libro de los Jueces se divide en cinco secciones bien definidas. Comienza con un prefacio histórico general (caps. 1: 1 a 2: 5) o visión de la conquista parcial de la tierra después que hubo sido repartida entre las diferentes tribus por Josué. Las tribus se apoderaron solas de su herencia particular, o a veces varias de ellas se unieron cuando se vieron frente a una fuerte resistencia. A pesar de sus esfuerzos, los israelitas sólo lograron un éxito parcial en su propósito de tomar posesión de las porciones de las tierras que se les asignaron. El autor presenta la narración de tal manera que demuestre que el fracaso del pueblo se debió a su falta de confianza en el Señor y de fidelidad para con él. De esta manera informa al lector acerca de la base de todas las dificultades subsiguientes de Israel, y de por qué se permitió que los cananeos permaneciesen en la tierra. Las relaciones de Israel con los cananeos que quedaron forman el marco de fondo de la historia de los siguientes capítulos y explican por qué fueron necesarios los jueces.

A este bosquejo histórico sigue una segunda introducción (caps. 2: 6 a 3: 6), cuyo objeto es mostrar cómo la apostasía religiosa que siguió a la muerte deJosué continuó sin disminuir. El pueblo se hundió en la idolatría y provocó el castigo divino; pero cuando se arrepintió, el Señor le envió liberación por medio de jueces sucesivos.

Habiendo expuesto su tema, el autor procede entonces a relatar la historia de las tribus bajo 12 jueces (caps. 3: 7 a 16: 31). Es una historia de pecado que se repite vez tras vez, y de la gracia divina, que ofrece siempre nuevos medios de liberación. Se relatan con amplitud las hazañas heroicas de seis de esos libertadores, y de otros seis meramente se mencionan con breves detalles. El episodio de las usurpaciones de Abimelec se expone con más amplitud para prevenir al pueblo del peligro de escoger un monarca que no cumpliera con las especificaciones divinas (ver Deuteronomio 17: 15).

El libro termina con dos apéndices. Ambos describen sucesos que ocurrieron en la primera parte del período de los jueces. El primero (caps. 17 y 18) relatal a idolatría de Micaía y del santuario septentrional que albergó sus imágenes en la tribu de Dan hasta la muerte de Elí; el segundo apéndice (caps. 19 al 21) registra el vil acto de los benjamitas de Gabaón y la venganza infligida sobre esa tribu por las otras tribus. Finaliza con un relato de las providencias tomadas para salvar a la tribu de Benjamín de la extinción después de que fuera virtualmente extirpada por haber apoyado a los gabaonitas culpables.

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