11.07. El testimonio de Jerónimo

Jerónimo (340-420) definió cuál debería haber sido la posición de la iglesia cristiana frente a estos libros. El enseñaba:
"Evite ella [la iglesia] todos los escritos apócrifos, y si es inducida a leer los tales no por la verdad de las doctrinas que contienen sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye; que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria"¹ (Carta CVII a Laeta, párrafo 23, cita traducida de A Select Library of Nicene and Post Nicene Fathers of the Christian Church [Una selecta biblioteca de Padres de la iglesia, nicenos y postnicenos], 2.a serie, t. VI, p. 194).

Refiriéndose en forma más específica a los libros apócrifos y otras añadiduras, dice, Jerónimo:
"El libro de Daniel en hebreo no contiene el relato de Susana [cap. 13], ni el canto de los tres jóvenes [parte añadida al cap. 3], ni las fábulas de Bel y del dragón [cap. 14]. Debido a que se los encuentra por doquiera, les hemos dado la forma de un apéndice [al libro de Daniel] anteponiéndoles una señal . . . para que los no informados no piensen que hemos eliminado una porción de este volumen" (Prefacio a Daniel, Id., p. 494).

También afirma, Jerónimo:
"La iglesia lee Judit, Tobías [o Tobit] y los libros de los Macabeos, pero no los admite en las Escrituras canónicas. De modo que léanse estos dos volúmenes para la edificación de la gente, no para dar autoridad a las doctrinas de la iglesia" (Prefacio a Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, Id., p. 492).

Más adelante podremos comprobar cuánta verdad hay en la afirmación de que en los "deuterocanónicos" hay "muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria".
También se podrá ver por qué los relatos de "Bel" y del "dragón" merecieron ser llamados "fábulas".
Es evidente que si bien esos escritos circulaban "por doquiera", no tenían validez para "dar autoridad a las doctrinas de la iglesia".

Jerónimo tradujo el AT del hebreo al latín con sumo cuidado: gastó 21 años en este trabajo. Pero no dio importancia a las porciones apócrifas. Por ejemplo, en el libro de Tobías - como lo afirma el mismo Jerónimo - sólo empleó un día de trabajo (Prefacio a Tobías).

La erudición, la autoridad y el testimonio de, Jerónimo debieran tener un peso decisivo en este tema, porque no hay otro escritor cristiano más apto a quien podamos acudir durante los siglos IV y V.
Cuando tradujo la Vulgata tuvo que informarse totalmente y usar un criterio claro y netamente bíblico, para separar los escritos dudosos y determinar cuáles podían aceptarse y cuáles debían ponerse al margen del texto sagrado.
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