12.08. Eclesiástico y Sabiduría

En Eclesiástico y Sabiduría hay pasajes en que se menciona a personajes de la historia hebrea o se hace alusión a episodios de ella. Eso no significa que estos dos libros puedan situarse en el mismo nivel de los que no son controvertidos.

Esto se aclara mediante una comparación con las obras del historiador judío Josefo (siglo I d. C.), en las cuales se menciona muchas veces a numerosos patriarcas, profetas, sacerdotes, reyes y otros personajes del antiguo Israel, así como a sus hechos, sin que esto sea un motivo para que se afirme que Josefo fue un autor cuyas extensas obras puedan formar parte del canon sagrado.

Es interesante destacar que Josefo empieza su amplia obra Antigüedades Judaicas (libro I, cap. 1) con las mismas palabras con que comenzó Moisés el Génesis. Es evidente que ese historiador se valió de los rollos del AT de sus días o de lo que había atesorado de ellos en su memoria.

También hay varios pasajes en Eclesiástico y Sabiduría que no son otra cosa sino un reflejo del pensamiento bíblico:

"En el reino de la muerte nadie puede alabar al Altísimo; sólo los que viven pueden darle gracias; el muerto, como si no existiera, no puede alabarlo" (Eclesiástico 17: 27-28).

Estas palabras son el eco de Salmos 6:5; 88:10-12; 115:17; 146:3-4; Isaías 38:18-19, donde se enseña que "en la muerte no hay memoria de ti [de Dios]"; que los muertos no alaban a Dios ni hablan "en el sepulcro" de la "misericordia" divina; que han perecido los "pensamientos" de los difuntos.

Esta enseñanza del AT también se refleja en Baruc 2:17-18: "No son, Señor, los que ya están en el reino de la muerte, cuyos cuerpos han quedado sin vida, quienes te honran y celebran tu justicia. Son, Señor, los que están vivos pero afligidos en extremo, los que caminan encorvados y sin fuerzas, con la mirada debilitada por el hambre, quienes te honran y celebran tu justicia".

No es de extrañarse que en Eclesiástico haya enseñanzas que son paralelas con las del AT. Su autor o mejor dicho, su traductor según la introducción del libro afirma en ella lo siguiente:

"La ley, los profetas y los demás libros que fueron escritos después, nos han transmitido muchas y grandes enseñanzas. Por eso hay que felicitar al pueblo de Israel por su instrucción y sabiduría. Los que leen las Escrituras tienen el deber no solamente de adquirir ellos mismos muchos conocimientos, sino que deben ser capaces de ayudar, tanto de palabra como por escrito, a quienes no han recibido esta instrucción. Así lo hizo mi abuelo Jesús. En primer lugar se dedicó de lleno a la lectura de la ley y los profetas, y de los demás libros recibidos de nuestros antepasados, y alcanzó un conocimiento muy grande de ellos; y luego él mismo se sintió movido a escribir un libro sobre la instrucción y la sabiduría, para que, practicando sus enseñanzas, las personas deseosas de aprender puedan hacer mayores progresos viviendo de acuerdo con la ley . . .

"Al traducirlo he puesto todo el empeño posible . . . para utilidad de aquellos que, residiendo en el extranjero, desean instruirse y están dispuestos a ordenar sus costumbres y vivir de acuerdo con la ley".

Es, pues, claro que el autor de este libro no fue objeto de ninguna revelación divina ni se sintió movido por la inspiración celestial. Sólo fue un comentador de "la ley, los profetas y los demás libros" que transmitieron "muchas y grandes enseñanzas" a Israel. Un nieto del autor, "con todo el empeño posible", tradujo la obra de su antepasado, quizá unos 50 años después de que fue escrita, nada más.

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